Encrucijadas vitales Lo cotidiano

La belleza de los trabajos manuales para el ocio de los intelectuales

Durante mis estudios universitarios trabajé durante el verano como repartidor con furgoneta de productos coloniales por las montañas asturianas, así como descargando mercancías de camiones, todo en condiciones próximas a la esclavitud. Esa dura experiencia juvenil me motivó para estudiar y poder obtener algún día un «trabajo de oficina», más intelectual que manual.

Y desde entonces la agenda se sobresatura y los proyectos intelectuales se multiplican, pese a que el tiempo es limitado. Al trabajo de estudio y elaboración documental, se añade el complemento de charlas jurídicas o de publicaciones sobre temas humanos y divinos. De ahí que ya madurito y preparando el disfrute del verano me pareció que convenía una especie de «parada biológica» como las de las labores de pesca para dejar que los peces disfruten de descanso y libertad para no extinguirlos.

Así que, este sábado lo dediqué íntegramente a labores manuales. Apartar el móvil e internet fue sencillo ya que el pueblecito de la Bañeza donde veraneo podría con poco esfuerzo pasar por un poblado de los Amish, con escasa tecnología y con la belleza de lo simple junto al sabor de lo tradicional.

También aparqué libros y periódicos. Nada de lectura.

Y a continuación me afané en labores manuales. Veamos la crónica con cierto toque de humor.

1. En primer lugar, me empleé en la limpieza de la piscina (enclavada en la huerta, porque lo bucólico no está reñido con lo ecológico). Mucha gente disfruta de aguas cristalinas y mira con envidia las piscinas de los famosos, pero los que tenemos piscinas modestas, estilo bonsai (y sueldos también estilo bonsai), hemos de afrontar cada año personalmente las labores de limpieza. Cosas de ser el patriarca (de pequeño te decían lo de «cuando seas padre comerás huevos», pero nadie me advirtió de lo de limpiar piscinas).

Puedo asegurar que hay poca distancia entre ser ingeniero nuclear y responsable de mantenimiento de la piscina. Me he maravillado del milagro de la naturaleza con las algas y microorganismos que aprovechan el invierno para colonizar todo lo colonizable.

He tenido que aprender cosas sobre aguas turbias, algas, ph y cloro. También sobre las posiciones de tres endiabladas palancas de una depuradora «enterrada» en el campo (¿por qué diantres no dije que la pusieran elevada?), que situadas junto a la toma de entrada del agua y las seis posiciones de la llave, dan lugar a infinidad de combinaciones por variaciones de tres elementos tomados de tres en tres (al menos alguna vez acierto).

Pues tras resolver el sudoku de cómo acometer labores con la depuradora tales como «limpieza», «lavado», «enjuague» y «filtrado», y tras clamar al cielo como Escarlata O’Hara porque el agua seguía tan cristalina como la cuenta bancaria de Bárcenas, me empleé a fondo en una tarea altamente relajante y recomendable para quienes no son asiduos de un psiquiatra, tutor, coach personal, sacerdote o gurú.

Se trata de algo tan sencillo y relajante como pasar una enorme pértiga ultimada en cepillo aspirador, por el fondo de la piscina: arriba y abajo, vertical y horizontal; de forma lenta como practicando Taichí; ataviado con un gorro por el sol de justicia, con una camiseta de tirantes de turista británico barato y, como no, dos alpargatas playeras.

Sé que no ofrecía una imagen merecedora de portada del GQ, People o del Hola, pero la espontaeidad y relajo no me los quita nadie.

Y tampoco la ocasión para reflexionar, sin prisas y con la mente abierta. Pensando cosas profundas, por ejemplo: ¿por qué tengo que limpiar yo el fondo de la piscina mientras mi hijo de quince años duerme por haber llegado a las cuatro de la mañana de la fiesta del pueblo?; ¿por qué no puedo pagarme un robot limpiafondos?; ¿algún día Apple lanzará una aplicación que permitirá que el Iphone 24 sea lanzado a la piscina y la deje como un patena?; ¿por qué son tan listos los pájaros que saben arrasar con las cerezas buenas y ahora me miran desde las ramas con un toque burlón?; ¿por qué me da miedo hacer una sencilla división entre los costes de la piscina y los días de baño que se utilizará?; ¿tengo enemigos suficientes para que sea sospechosa mi muerte en la piscina, si sucede mientras la limpio?, ¿cual es la distinción entre piscina, alberca, charca limpia o bañera grande?; ¿debo fijar unas instrucciones por escrito para los usuarios de la piscina por posibles responsabilidades o debo asumir la condición de «vigilante» estilo David Hasselhoff?; ¿cómo consiguió Jesucristo caminar por el lago Tiberiades?, ¿contemplaré personalmente como entierran la piscina desde una silla de ruedas dentro de veinte años?, ¿o quienes contemplen la piscina se acordarán que el abuelo está enterrado con su silla de ruedas?… Y entre estas y otras divagaciones acabé la limpieza.

Se ve que las piscinas no es lo mío, pues ya os conté mis tribulaciones con el montaje de una piscina de Carrefour, muy bonita en el folleto pero endiablada para montarla.

2. Como no hay uno sin dos, acometí la labor de construcción de un vestuario en el jardín, próximo a la piscina. No tengo ni idea de construcción ni carpintería, pero al menos sería original.

Además sería útil porque la alternativa es que la muchachada asistente a la piscina se cambiase dentro de casa con el consiguiente alboroto, rastro acuático, etc.

Tras varias horas, mediante retales de madera, martillazos e imaginación, lo conseguí. Quizá económicamente no me resultó rentable el invento pero al menos me relajó y me permite enseñarla con orgullo a las visitas.

Quizá la anuncie por eBay. Hay muchas personas con ganas de tirar el dinero.

3. Otros trabajos manuales acudieron. Lo de podar la parra (encaramado a una escalera quebrada tiene mérito), engrasar las bicicletas (con limpieza de detritus de golondrinas incluida), remendar el gallinero (no hay gallinas, así que no es para que no se escapen ni para que no entre el lobo), engrasar una cerradura chirriante (¡pronta beatificación del Tres-en-uno!) y otras labores menores, fue coser y cantar. ¿Y qué me decís de esta barandilla?. Me hace casi llorar de emoción: made in Chaves.

4. Pues bien, tras este día de trabajos manuales debo reconocer que se siente uno mejor. Que el cerebro se relajó al pensar en otras vertientes. Que el cerebro siente la recompensa del trabajo bien…ultimado. Que el cuerpo se siente mas aligerado de grasas.

Eso sí, el día pasó y hoy ya estoy pegado al ordenador. Pero recomiendo vivamente ese día de «relajo activo». Sobreviví y me ahorré varias horas de fustigarme en un caro gimnasio.

Pero si se desea relajo intelectual y a la par divertido, aquí está la publicidad de una obra que lo cumple.

 

refrescate

 

4 comentarios

  1. Mis trabajos manuales son más prosaicos y menos laboriosos, a los 36 me aficioné al punto de cruz, además de seguir avanzando con la pintura, en sus vertientes de acuarela, acrílico y cristal y hay que ver cómo relajan.

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  2. Sólo un par de observaciones, para que veas que no estas sólo. Sobre por qué no limpia la piscina el heredero, te diré que mi marido se pregunta lo mismo (mi hijo tiene 17) y no encuentra respuesta. De hecho, cuando dice que ha pasado la barredera (esa pertiga con cepillo) no ha hecho tai-chi, ha hecho una prueba de velocidad.

    No hagas cálculos sobre la rentabilidad de la piscina, no vale la pena, piensa en lo que la disfrutas (sobretodo cuando no hay chiquillada…. a las 3 de la mañana, con el cielo cuajado de estrellas….). Sólo espero que el precio del agua sea sustancialmente menor que en este pueblo del area metropolitana de Barcelona desde el que te escribo.

    Para finalizar, tengo un amigo que afirma, tajante, que el bricolaje está prohibido por la Constitución, aunque todavía no me ha dicho en qué artículo.

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