Juventud, divino tesoro

Pegar a los profesores ni es decente ni gratuito

padres-pobresMe entero de la noticia de que un padre de un alumno de siete años acude al colegio y asesta un puñetazo a la profesora de su hijo. Se suma al incidente de hace un mes en que el padre y el hermano de otro niño saltaron la valla del colegio para golpear al profesor.

En la era del homo sapiens, en el siglo XXI, en los tiempos de democracia ya madura, nos encontramos con un troglodita que se ha quedado anclado en el estribillo de la canción de Loquillo y los ídem

Mi familia no son gente normal,
de otra época y corte moral.
Resuelven sus problemas de forma natural.
Para qué discutir, si puedes pelear.

El problema no es la maquinaria judicial que intentará dar su merecido a este sujeto, especialmente porque los profesores tienen la condición de autoridad. El problema está en que ante este tipo de conductas las sentencias penales castigan y se saldan con multas o penas condicionales (“Vete y no peques más”, si la condena es inferior a dos años, que no se cumple si no hay antecedentes).

Por eso, es triste que en tiempos en que existe un altísimo nivel de información, una atmósfera educativa liberal y que intenta disipar prejuicios, que afloren estos incidentes. Pero hay más…

Me llama la atención que ese padre ni siquiera tenga la gallardía, al menos no lo refleja la prensa, de confesar su arrepentimiento o pedir disculpas o indicarle a su hijo su torpeza. Nada. Seguro que el cafre, cuando pase el tiempo en su fuero interno se dirá “Lo volvería a hacer” o “Al menos se quedó con el bofetón”, o incluso lo mas reprochable “Hijo, siéntete orgulloso de tu padre, que nadie te tocará un pelo”. 

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Mientras tanto, la víctima volverá a sus clases, pero nada será igual. Su ilusión de enseñar, su sueño de educar en paz, su fuerza moral para promover debate antes que discusiones, su seguridad al frente de la clase, se habrán visto menoscabados.

Y es cierto que hay profesores malos (como formadores) y malvados (como personas), como en todas las profesiones ( incluidas las religiosas) pero creo que la inmensa mayoría de los educadores son civilizados, e incluso ejemplares, y no se merecen estos asaltos, en tiempos en que las garantías de las reclamaciones y protocolos abundan. Triste.

Quizá en estos tiempos que vivimos de rapidez y tecnología, el arte de hablar y discutir está en horas bajas. Quizá los decibelios intensos, la violencia de las imágenes, la crisis económica y el mal ejemplo de políticos corruptos nos mandan el mensaje de la crispación y de la agresividad.

Pero no se diga que hay personas adultas que no tuvieron en su día oportunidades de educación y que se corrige mal el árbol que crece torcido, porque ser civilizado no tiene que ver con el nivel educativo ni económico sino con la talla moral y la formación recibida en el contexto familiar y social, como expuse al citar el caso de la admirable humildad del limpiabotas de la gran vía madrileña. Y en ese ámbito familiar o social es donde debemos propiciar el debate, la sana crítica al profesor o pedir cambios del sistema educativo, pero desde luego, que romper la baraja y dejar salir la bestia para agredir al profesor no es el camino… o es el camino al abismo.

1 comentario

  1. Terrible que ocurran estas cosas.
    Siendo incuestionable que el principal culpable es el animal (no merece otro nombre) que agrede, no es menos cierto que en ocasiones se descuidan mucho los deberes de prevención por parte del empleador. En la valoración de riesgos del puesto de trabajo o no está valorado el riesgo de agresión (por tanto deberes sin hacer) o, si está valorado, no se han previsto medidas de prevención o, si se han previsto, no se han tomado (por lo tanto nuevamente deberes sin hacer). En las agresiones a personal sanitario, por ejemplo (otra lacra inexplicable) comienzan a darse condenas a la administración sanitaria por este incumplimiento de deberes de prevención.
    Repito nuevamente que el culpable es el agresor. Pero cada cual debe cumplir sus deberes para que la profesora vuelva a su casa como salió de ella, sana y salva.

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