Claves para ser feliz

Marina Abramovic o el arte de premiar sandeces

Soy peligroso. Lo confieso. Con la edad tiendo a pensar y cuestionar más. En la adolescencia, e incluso en las décadas siguientes, siempre han tenido enorme peso en mi opinión dos tótems. El de la tradición (esto siempre se ha hecho así) y el de la autoridad (esto debe ser cierto porque lo dice quien tiene méritos para ser el gurú o brujo de la tribu).

 Sin embargo, desde que superé la primera mitad del siglo de existencia, me he fijado como meta vital someter a la razón y a la sana crítica, lo que se me sirve como acto de fe o dogma de autoridad.

Prefiero equivocarme siguiendo mi criterio que meter la pata por seguir el de otro. O sea, equivocarme solo. Además he descubierto que no debo frenar mi libertad de expresión. Es lo que nos queda como seres humanos, libertad de conciencia, de opinión y de expresión.

Viene al caso porque me entero que han otorgado el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2021 a la artista servia Marina Abramović.

 Leo la justificación dada por el Jurado para otorgarle tan prestigioso premio, pues se valora: la

entrega al arte absoluto y la adhesión a la vanguardia  que ofrece experiencias conmovedoras y que reclaman una intensa vinculación del espectador y la convierten en una de las artistas más emocionantes de nuestro tiempo(..) es parte de la genealogía de la performance, con una componente sensorial y espiritual anteriormente no conocida. Cargado de una voluntad de permanente cambio, su trabajo ha dotado a la experimentación y a la búsqueda de lenguajes originales de una esencia profundamente humana”.

  Pese a esta indigestión de vacuidades, no me queda claro qué diantres han premiado.

 Sin embargo, no debo incurrir en el vicio de dejarse llevar por impresiones a la ligera o prejuicios, así que me asomo a examinar la obra de la galardonada porque debo juzgar sobre la visión de la misma.

  Así me entero de que es artista “perfomance” o sea, que hace lo que le viene en gana de forma sorpresiva o extravagante para valorar el impacto en los demás, mediante una actuación en vivo, intentando demostrar que con el cuerpo se hace arte, con respirar se hace arte, con pintarse las uñas se hace arte, y si se hace en público y se cobra por ello, se hace más arte. O sea, que lo que yo hacía en mi niñez con natural espontaneidad sin cobrar era arte: travesuras, rarezas, bufonadas y extravagancias; como el burgués gentilhombre de Moliére se ve que yo… ¡ hacía performance sin saberlo!

 Así y todo, concedo a la etiquetada como artista, el beneficio de la duda y examino sus logros.

 Me entero de que una de sus primeras obras en vivo, con títulos sucesivos Ritmo 5, Ritmo 2 y Ritmo ( lo que me eleva a las altas cimas de tan maravillosa creatividad en su denominación), consistía en cada una de ellas, en someterse la artista al público para que le cortase la ropa con unas tijeras, o le clavase espinas en el cuerpo, o le apuntase con una pistola cargada.  Caramba, menudo filón creativo, pues podría seguir con el Ritmo 80, Ritmo 92 y Ritmo 340 hasta el infinito, exhibiéndose por los museos con maravillas como: dejarse extirpar espinillas de la piel por el público, que le hiciesen tatuajes, que le tocasen con un bastón, que le vomitasen encima u otra visión de mal gusto.

  El delirio se alcanza en 1997 con la pieza Balkan Baroque, presentada en la Bienal de Venecia, que le valió un León de Oro a la mejor artista y que consistía en que durante cuatro días Abramović estuvo sentada en medio de una pila de huesos de animales que, poco a poco, limpiaba. Con ello evocaba la tragedia masiva de la Guerra de los Balcanes y desde su asiento entonaba canciones de su niñez mientras se proyectaban imágenes de sus padres. Algo meritorio por su valor denuncia de una situación sangrante pero creo que el arte es otra cosa. De hecho, me conmueve más el mensaje de una obra literaria o dramática, o cinematográfica, sobre las atrocidades de la guerra que esa visión grotesca de la autora en vivo; es más, creo que una visita del campo de concentración de Auschwitz es más estremecedora y remueve la conciencia más que una actuación en un museo de quien sabemos que tras su actuación se irá a su casita y cosechando fondos. Y si se trata de arte abstracto que muestra los horrores de la guerra, ahí está la espectacular Guernica, de Picasso. No hay color.

 Luego examiné su obra más conocida, que parece ser que fue una acción de 2010 en el MoMA, cuando la artista permaneció 716 horas sentada y en silencio frente a los diferentes espectadores que la observaban de uno en uno.¡Ohhhh! Que grandeza..qué maravilla…Creo que los auténticos artistas eran los visitantes que se paraban a verla… en vez de ocuparse su tiempo en labores más gratificantes o formativas. Si el mérito está en la duración, creo que el libro de los récords güinness está plagado de artistas. Y si el mérito está en lo que cobró Dª Marina, creo que por los 1000 dólares la hora que se embolsó, me extraña que haya aguantado tan poco y me temo que muchos aguantarían más «haciendo arte», porque he de reconocer que hacer dinero así es todo un arte.

Lo que tiene canto es esta performance de Doña Marina, que habla por sí misma:

Se dirá que los críticos saben lo que es bueno y que no debo osar desconocer la valía de la artista. Sin embargo, creo que Oscar Wilde tenía razón cuando decía que para saber si alguien acertaba en la diana no había que ser buen tirador. Lo que no puedo aceptar es que algo me tenga que gustar porque lo dicen un grupo guiado por el esnobismo, o sea por la admiración torpe y exagerada por las cosas que están de moda. Parece que en un ataque de vanguardismo el Jurado en vez de valorar el arte en sí mismo, por sus cualidades estéticas, valora el metafísico mundo de las ideas o provocación social.

Así que como reflexión personal me atrevo a compartir mi opinión:

-Creo que “el rey está desnudo” y alguien tiene que decírselo, y cuando digo el rey, me refiero a la Fundación Princesa de Asturias o cualquier otro foro que pretenda alzarse en guía de lo artísticamente valioso.

– Creo que no pueden confundirse churras con merinas, ni el arte realmente bello y creativo, o que provoca sensaciones estéticas, con lo que es una simple extravagancia de “performance” (eufemismo de payasada en vivo, o astracanada).

– Creo que no puede calificarse de arte y digno de ser premiado lo que se revela como ocurrencia, extravagancia o majadería.

– Creo que hay valiosísimos artistas con valiosísimas obras de arte (pinturas, escultura, música, cine,etcétera), que provocan admiración en la generalidad de la ciudadanía, y que deberían sentirse ofendidos por ver postergado su mérito por esta superchería institucional. ¿ 54 candidaturas de 24 nacionalidades y premiar a Doña Marina ha sido lo que más ha maravillado al Jurado?

– Creo que la gran responsabilidad de las entidades que se alzan en faro de lo bueno, especialmente cuando no faltan fondos públicos, es tomarse en serio su papel.

Lo expresa de forma clara y contundente la crítica de arte mexicana Avelina Lésper con clarividencia ya en 2013:

…sí se tiene clarísimo que quienes hacen esto son artistas y que cualquier acción realizada por el artista, desde masticar y escupir comida hasta llenar un vaso con tierra o pintar sus glúteos de colores, se transforma en arte. Esa arrogancia da como resultado una colección inusitada de clichés y simplezas elevados a un estatus que no les corresponde. Lo digo con claridad: estos performances no aportan ni al arte, ni a la experiencia estética (…) Ninguna de estas manifestaciones demuestra talento, técnica, lenguaje o capacidad creadora. No arriesgan más de lo que la pornografía, los programas de concurso, los reality-shows de la televisión, las procesiones religiosas, la ciencia y las protestas sociales ya han arriesgado. Entonces, ¿por qué llaman a esto arte, por qué se autodenominan artistas y cómo pueden decir que este es el arte de nuestra época? Los espectadores merecemos más, merecemos que hagan cosas realmente trascendentales.

 He acudido a examinar la composición del Jurado de este Premio, y es una mezcolanza de actores, cantantes, arquitectos, abogados, directores de orquesta, profesores de arte, críticos de arte o historiadores, entre otros.

  Desconozco las deliberaciones del Jurado pero me atrevo a aventurar que buena parte de sus miembros no habían oído hablar de la galardonada, otra parte que habían oído hablar de ella, no se sentían impresionados por su obra; nos quedaría un puñado de vocales, que como en todo órgano colegiado, tiran de la opinión colectiva y se produce el efecto psicológico de “pensamiento de grupo”, acuñado por el psicólogo Irving L. Janis y que explica como al formar parte de un grupo llamado a decidir, los miembros tienden a aceptar lo que piensan los demás y la mayoría, aunque piensen que no es la decisión más acertada, y ello por varios motivos:a) No parecer tonto, al no compartir la decisión mayoritaria; b) No contrariar al líder de los debates que lleva la voz cantante, con opinión previamente precocinada antes de las deliberaciones con los afines; c) no perturbar la imagen de unidad en la decisión.

 Me pregunto si los miembros del este Jurado del Premio Princesa de Asturias de las Artes, soportarían en privado la visión de las ocurrencias de la premiada con deleite, o si por el contrario, cambiarían de canal con un bostezo, de aburrimiento, hastío o desdén.

Realmente la culpa no la tiene Doña Marina, pues hace bien como el timador del Tocomocho en dar estampitas por dinero; la culpa la tienen quienes la premian pasando olímpicamente del efecto-llamada que produce sobre quienes quieren ser artistas, y el efecto-decepción sobre los auténticamente artistas, sin olvidar el efecto-risión en el público en general que se atreve a decir en voz alta lo que piensa.

Me temo que ya sé la razón de la sonrisa de la Gioconda: intuía lo que se iba a premiar como arte en el futuro ( por cierto, estoy seguro que nadie precisa la opinión de un crítico de arte ni de un Jurado para apreciar la excelencia artística de la obra de Leonardo).

Eso sí, para anticiparme en el tiempo, creo que como artista debo reivindicar la necesidad de premiar el arte a todo ser vivo y por ello propongo que el Premio Princesa de Asturias del año que viene se conceda a las arañas por su arte realizando telarañas, con hilos radiales de seda, prodigio de tesón, geometría, utilidad y fascinante para todos. ¿Por qué no premiar a una especie animal?. Mucho más grave me parece premiar sandeces.

En fin, conmigo que no cuenten para aplaudir este Premio ni respetar un Jurado que no creo esté a la altura de lo que se espera del mismo. Quizá no soy un intelectual para apreciar esta modalidad de arte, en el sentido que aducía el humorista inglés Alan Patrick Herbert: «Un intelectual es el tipo de persona que mira una salchicha y piensa en Picasso, pero si tiene hambre solo verá la salchicha».

Ah, y por supuesto,  no quiero convencer a nadie, pero sí desahogarme. Además ya me despaché en su día con mi artículo titulado precisamente El Rey está desnudo: la farsa de cierto arte contemporáneo.

3 comentarios

  1. Tienes toda la razón, el arte contemporáneo se ha convertido en una suerte de timo de la estampita, en la que unos gurus snobs nos tienen que decir lo que es realmente «arte», además estos premios tienen tendència a otorgarlos a extranjeros, para darles una pátina de cosmopolitismo, a mi lo de esta señora me parecen ocurrèncias locas o tomaduras de pelo

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  2. Me parece muy lúcido, que no lucido, el artículo. Creo que, como dices, hay mucho esnobismo y mucho aficionado en el peor sentido de la palabra.

    A ver cuando nos explicas como administras el tiempo. ¿Duermes?

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