Reflexiones vigorizantes

Carta abierta al caradura que se llevó mi paraguas

861e50ca092c3ad68fe0ea974fcf54bb--rainy-weather-rainy-daysMi paraguas está a mi servicio menos tiempo que yo al suyo. Sin embargo le he cogido cariño. Me sirve para apoyarme, para cubrirme, para escarbar en el suelo, para indicar direcciones…Así que le había cogido cariño.

Y lo digo en pasado.

Sucedió la tarde lluviosa del sábado en Oviedo. Entro a la biblioteca pública y cuando voy a dejar mi paraguas en el paragüero de la entrada, titubeo pensando si no resultará muy tentador para que se lo lleve algún despistado o sinvergüenza. Descarto esta posibilidad y me reprocho para mis adentros que sea tan pesimista y mal pensado. Y lo dejo complacido bajo la confianza adicional que genera un ambiente de lectura, silencio y lentitud.

Diez minutos después me dispongo a salir cuando observo perplejo que no está mi paraguas. Giro la vista alrededor y no veo a mi viejo y leal paraguas. Ni caído ni escondido, ni se había ido a saludar otros paraguas. No.

Me siento como Manolo Escobar sin el carro. Le pregunto al bibliotecario, un joven con aspecto despistado que por todo consuelo me comenta que a él ya le robaron un abrigo y que son frecuentes los hurtos de los paraguas.

El incidente me borró la sonrisa por unos momentos y me provocó la reflexión del día sobre el nivel ético de una sociedad que decimos del bienestar en que no es infrecuente el hurto de paraguas cuando sorprende la lluvia.

1. ¿ Qué clase de individuo/a se ha llevado mi paraguas?

BanksyPuede ser que lo necesitase en situación de urgencia y entonces mi enojo debería rebajarse. Pero me temo que ni había un ciclón en el exterior ni suelen existir personas alérgicas al agua, que encojan o sufran erosiones con la lluvia.

O quizá lo hurtó para poder revenderlo y alimentarse, caso en que se impondría la compasión. Como si fuese un nuevo Jean Valjean, el desgraciado protagonista de Los Miserables (Víctor Hugo) que roba la cubertería de plata del obispo que le acoge en su casa y cuando la policía le sorprende con tantos objetos de valor, es salvado de la cárcel por la generosa declaración del obispo de que se los había regalado.

Pero es sábado y en la biblioteca pública, y descartado el estado de emergencia y el hurto famélico, me inclino por el simple egoísmo del ser humano. Alguien que solo piensa en sí mismo y que los demás le importamos un bledo.

Quizá alguien joven y frívolo no pensó que quizá estaba privando de paraguas a alguien como su abuelita. O alguien anciano y cascarrabias tampoco pensó que quizá quitaba el paraguas a alguien con cuyo sueldo se paga su pensión. O alguien que ni era joven ni anciano, pero no pensó nada más que en su interés.

2. Es más, tengo que considerar si no actuó con malicia sino que se llevó el paraguas por despiste, lo que me resulta increíble porque mi paraguas marrón era enorme, sólido y antiviento, a cuyo tacto cualquiera creería que estaba manejando la espada Tizona o un bastón de madera noble. O sea, paraguas de uso personalizado en que el cambio de mano y de amo se nota.

how-to-complain-013.En el lejano Oeste solía dejarse el caballo atado por las bridas en los travesaños de madera de la puerta del salón; si alguien se lo llevaba, se arriesgaba a ser ahorcado por cuatrero. No pido tanto, al fin y al cabo, se trata de un paraguas y no debo magnificar las consecuencias del incidente. ¿Qué es un paraguas comparado con la eternidad?,¿debo cabrearme por un puñado de euros?, ¿por tan poca cosa debe cambiar mi opinión del ser humano?

Del ser humano, no. Pero de que quien es capaz de robar un paraguas, sin ser objeto de primera necesidad, solo puedo pensar que es un miserable que seguramente campa por la vida cometiendo mas tropelías impunes. Ya sea médico, concejal, abogado, tendero o periodista, me temo que no es de fiar ni en su profesión pues demuestra su capacidad tóxica para tomarse libertades que perjudican a los demás; quien se lleva el paraguas ajeno a sabiendas, es un depredador potencial que en su fuero interno no respeta hacienda ni vidas, y si lo invitas a tu casa harías bien en pensar la colocación de un arco metálico de control de los aeropuertos. No quiero imaginar si cae un móvil lejos de su amo pero cerca de estos aprovechados.

Recuerdo cierto amigo de juventud, que ya fue degradado de esa condición, a quien presté varios libros de ajedrez, y transcurridos cuatro años (¡), visitándole en su casa, los descubrí colocaditos en su estantería. Me abalancé a ellos y se lo dije, a lo que con sangre fría mezclada con caradura repuso:«Bueno, pensé que para tenerlos tú en la estantería sin leer, mejor los tenía en la mía y así no te molestaba volviendo a pedírtelos”.

Little_Miss_Calamity4. La ética no es cuestión de grado ni principios sino de hechos y situaciones que nos ponen a prueba cada día. Cada uno debe saber mirarse al espejo y no engañarse a sí mismo. Y tómese como una reflexión general pues no soy para dar ejemplo a nadie pero al menos me esfuerzo por no sobrecargar la alforja de mis culpas. De hecho no es la primera vez que me llevo por negligencia bolígrafos ajenos,  que entrego tarde libros a la biblioteca perjudicando a otros lectores, que arranco flores de fincas ajenas sin permiso, que he descargado películas o canciones lesionando propiedades intelectuales, aparcado en sitio prohibido o que leo periódicos abandonados en los aviones por otros pasajeros, o que me zampo en el bufét del hotel muchísimo más de lo que necesito, o incluso alguna vez me he ido involuntariamente sin pagar el café por mi mala costumbre de hablar o centrarme en otras cosas. De todas esas cosas y más pecadillos no estoy orgulloso y buen bálsamo es el arrepentimiento y firme voluntad de enmienda.

 Además, para no ponerme a su altura, ni siquiera barajé la posibilidad de llevarme otro paraguas, ni bajo la coartada de pensar que quizá había dejado el suyo a cambio. En este punto se me ocurre que podía ser que «mi» ladrón a su vez hubiese tomado mi paraguas por ver hurtado el suyo, pero no deja de ser un miserable, con atenuantes, pero miserable.

5. Intenté ver el lado positivo del incidente. En primer lugar, cuando regresaba enfurruñado dejó de llover, con lo que me libré de portear el paraguas. En segundo lugar, aprendí la lección,  como gato escaldado que del agua fría huye, y a partir de ahora estaré mas vigilante de mi paraguas ( deseché la alternativa de pasearlo goteando por el interior de la biblioteca porque tampoco me pareció considerada con  el bien común ni que fuera justo que por conservar mi paraguas otros resbalasen).

Captura de pantalla 2018-05-13 a las 8.51.196.También tengo que esforzar mi imaginación para que no se repita en el futuro el hurto ( lo de estrenar un paraguas cada vez que llueve excede mi presupuesto). Siendo pragmático puedo empezar a usar mis paraguas viejos con varilla rota, como antirrobo disuasorio (quien quita la tentación quita la ocasión), o llevar un candado para atarlo al paragüero (quien quita la ocasión, quita la tentación), o colgarles de la empuñadura un llavero enorme como suelen colgar a los periódicos en los bares para que no se los lleven. También vale anudar una bolsa de plástico de supermercado de forma ostensible al mango.

Se me ocurre también otra idea mas aparatosa a considerar pero muy efectiva, la de colocar el paraguas en el paragüero al revés, pues nadie lo “tomará prestado” agarrándolo por la punta.

Aunque lo mejor va a ser como el truco de los que no desean que les roben la bicicleta en la calle y se llevan el sillín con ellos, o sea, usar un paraguas y llevarme la empuñadura conmigo, debidamente forzada con anterioridad.

Así y todo seguro que pronto llevaremos una aplicación en el Smartphone que nos indicará con pitidos si se aleja nuestro paraguas con malas compañías.

ef5b2300689fa5119724636e18779a6cPero lo que más me irritó es la indolencia del encargado de la biblioteca que con naturalidad me confesó que ese hurto era habitual, ya que creo que no estaría de más un letrerito avisando algo tan sencillo como en los aeropuertos “Por su seguridad, vigile sus pertenencias/paraguas” o “ No nos responsabilizamos de los paraguas”. Si tan frecuente es debería alertarse, como se avisa del suelo resbaladizo por la lluvia o de zona de baches. El que avisa, no es traidor.

También pensé en colocar en el tablón de anuncios de la biblioteca un letrero invitando a la redención: “ Se ruega a quien por error se llevó mi hermoso paraguas marrón, que lo devuelva para tranquilizar su conciencia y calmar la mía por lo que pienso de él”.

También pensé, que si tan frecuentes eran tales hurtos, debía regresar otro día y dejar el paraguas como señuelo mientras me apostaba a vigilar tras la estantería. Y cuando viese al rufián saltar tras él y afearle su actitud. Pero claro, tampoco me parece bien hacer de policía y perder el tiempo en jueguecitos o enzarzarme en disputas.

7.Pero como no merece la pena cabrearse por tan poco, ni cansarle a usted lector con estos delirios, me limitaré a confiar en que hay una justicia universal y que Dios da sin palo ni piedra… No deseo que un día lluvioso le caiga al ladrón de mi paraguas un rayo pero un buen resbalón con caída aparatosa, sin lesiones pero con regocijo general, no estaría mal. Otro día reflexionaré sobre este demonio interior que se llama venganza y maldiciones, que consiguieron dominar San Francisco de Asís y Gandhi, pero que yo solo puedo canalizar hacia estos inocentes desahogos.

Perdón por haberle robado su tiempo… peor que el hurto de su paraguas. Al menos éstos pueden reponerse.prepareprevent_promo

 

4 comentarios

  1. Ainsss… qué identificada me siento… Aquí, en Paraguastown, lo del hurto paragüil es casi una religión… En las zonas de bares es frecuente que, si a la salida no está tu paraguas, ‘reaparezca’ misteriosamente en el paragüero del bar de al lado. E, incomprensiblemente, cuando te quejas al encargado del bar, se encoge de hombros (elusión de responsabilidad) y te sugiere que cojas otro del paragüero (provocación para delinquir).

    A mí incluso han llegado a robarme solamente la tela del paraguas (‘desmantelar’ un paraguas a la vista de todo el público de una cafetería atestada tiene su mérito ¿sería un alumno aventajado de David Copperfield?). Y éste sí que era personalizado: estaba forrado con una reproducción de la vista de la bóveda celeste desde mi día y lugar de nacimiento (de cuando en la tienda de regalos de la NASA podías encargar ese tipo de cosas…).

    En cierta ocasión le presté a una amiga (ya no lo es) un precioso paraguas (el forro hacía juego con un abrigo) y me devolvió otro completamente distinto y ostensiblemente más feo y viejo. ¡Y me aseguraba que era el mío! Y, por supuesto, no entendió mi enfado: «¡por favor, si es solo un paraguas!!». Al día siguiente, muy malhumorada, vino a mi casa a traerme otro paraguas recién comprado (que no acepté) y que nada tenía que ver con el mío.

    Como ‘todos los paraguas se parecen’, en mi anterior trabajo un usuario se llevó mi flamante paraguas estrenado ese mismo día, dejando en su lugar un fallido trasunto que, por su aspecto lamentable, había sido curtido en mil temporales. Cuando se lo comenté días después, tuvo la santa cara de negarlo.

    A partir de ahí, opté por anotar con tinta indeleble mi nombre y mi teléfono en la etiqueta del paraguas, más que nada por evitar bochornosas confusiones por mi parte y por apelar al buen corazón de hurtadores involuntarios o arrepentidos. La cosa es que me sirvió en un organismo público para demostrar ante el vigilante de seguridad que el paraguas, que una señora muy enseñoreada afirmaba que era suyo, llevaba mi nombre y mi teléfono móvil (no los suyos) anotados en la etiqueta. El vigilante lo comprobó fácilmente marcando el nº del paraguas…

    Comparto tu consternación, José Ramón, y me despido con este minipoema:
    «Está lloviendo y comienzo a extrañarte…
    Si alguien lo ve, por favor, que me avise:
    es un paraguas marrón.»

    Un saludo,

    Lili

    P.S.: Yo de ti, volvería a esa biblioteca a preguntar «¿alguien ha devuelto un paraguas marrón que se llevó ‘por error’?» A veces los milagros ocurren…

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      1. Al hilo del comentario del suceso ocurrido, me viene a la memoria una anécdota que me ocurrió hace ya varios, en una ocasión que fui a comer con unos conocidos, uno de ellos Capitán de la Guardia Civil y el otro Inspector de la Policía Nacional. Al entrar al comedor del restaurante había una especie de guardarropa para dejar las prendas de abrigo, si bien no estaba al cuidado de ningún empleado del restaurante, pero por su ubicación sólo tenían acceso los usuarios del comedor.
        Recuerdo que al salir, uno de mis acompañantes, notó que la gabardina que había dejado colgada en ese guardarropa no estaba. Y con la mayor naturalidad espetó que seguramente alguien se le había llevado por error. Miró y examinó las prendas que había colgadas, y al ver una que le pareció aceptable, la probó y dijo sin duda aquella se prestaba a ser confundida con la suya, se la puso y abandonamos el restaurante, como si nada.
        Ante tal suceso miré con cierto estupor al otro acompañante para ver si denotaba en él algún atisbo de reprobación, y desde luego no lo aprecie. Desde aquello no me desprendo de mis prendas de abrigo en ningún lugar público, salvo que exista algún responsable que garantice la devolución. Por si acaso.

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