Reflexiones vigorizantes

Demasiados canales de maldita televisión

rjjqgwkfa9qkgq7uarpqHe tomado una decisión. En vez de estar suscrito a los 144 canales de Televisión me quedaré con 50 y me ahorraré 31 euros mensuales. La dependiente de la empresa me miró asombrada y me dijo que esa decisión podía ser irreversible y que perdería la posibilidad de ver películas en arameo o cine clásico o la última serie de androides que salvan la tierra. Me mantuve firme pese a que la chica dibujaba un horizonte apocalíptico. Y salí de la tienda contento.

Así que me he quedado con ese ibérico placer de sentarme frente al televisor con el mando a distancia, que ha desplazado al perro en lo de mejor amigo del hombre, y me he pasado un buen rato haciendo zapping o sea, jugando a la frivolidad de ver imágenes incesantes. Me recordó cuando en la adolescencia paseaba por la discoteca buscando ese beldad soñada y que nunca estaba (o si estaba, no me veía a mí con los mismos ojos). Lo curioso es que tras pasear por varias cadenas televisivas, suelo acabar frente a la cadena clásica, al igual que tras esa cacería adolescente de discoteca, solía acabar en la barra entregado a confidencias y risas con el amigo de toda la vida.

Pero este fenómeno de nuestro tiempo, me llevó a reflexionar o más bien a jugar con las ideas que provoca lo que posiblemente más une a los españoles de mi generación: su relación con la televisión. Veamos…

Tengo la sensación de que si tuviese menos canales para elegir, saborearía más los programas.

También pienso que me gusta tener tantos canales como cuando tenía enciclopedias de numerosos volúmenes que no leía, o sea, como coartada para tranquilizar el hambre de erudición.

ChavesQuizá tantos canales reflejan como nos comportamos socialmente, que creemos que tenemos muchos amigos y son referencias de redes sociales, confundiendo cantidad con calidad.

Admito que hay algo revitalizante cuando pulsamos y cambiamos de canal, con frenesí y control, pues nos hace sentir los amos de la creación y discretamente robustece nuestra autoestima.

Pero en cambio, también tengo la sensación cuando hago zapping de estar pasando por un campo de minas sorteando series americanas con “sonrisa enlatada”, anuncios de coches que nunca compraré y concursos que parecen experimentos de doctores chiflados por las pruebas a que se someten.

Claro que también hay canales que me enseñan la teoría de la relatividad cuando paso de estar atrapado por la trama de una película y me avisan de un espacio de anuncios… ¡de 7 minutos!, lo que hace sucumbir en la tentación de explorar otros territorios y olvidar la película anterior para quedarse enganchado en otro canal hasta otro hachazo publicitario… O sea, que todo se empieza y poco se termina.

Eso me lleva a pensar que no hay demasiados canales televisivos. Lo que hay son demasiados canales estúpidos o… ¿por qué no reconocerlo? Quizá somos muchos los estúpidos que nos dejamos embarcar en este bombardeo audiovisual.

Por si fuera poco, mi nuevo televisor, tan plano, grande y brillante, tan bien dotado (y tan caro, por cierto), merece la pena ser contemplado con arrobo desde el sofá, sin encenderlo. Como quien ve el Moisés de Miguel Ángel. A veces el continente es más bello que el contenido, y eso vale para las personas y para algunos restaurantes de lujo.

Además como mi televisor tiene conexiones para introducir memorias externas y ver películas o incluso para visionar mi ordenador en la pantalla del televisor, me quedo sobrecogido ante este mestizaje entre televisión y ordenador. Ya no sé si ver una película en el ordenador o escribir un texto en el televisor, o si escuchar música en el microondas mientras veo las noticias en la Thermomix.

2509213Lo cierto es que no soporto concursos ni tertulianos, y en estos últimos tres años conseguí seguir como videoadicto la serie Narcos y Breaking Bad. Un poco lejos de mis viejas series televisivas (La casa de la praderaUn hombre en casa, Enredo, etc). Incluso me preocupó que me gustasen ese tipo de películas, así que como antídoto a tanta violencia ahora me relajo con la vieja serie Friends, cuyo frescor adolescente, situaciones divertidas y guión ingenioso, me reconcilia con la televisión, me aleja del caótico presente y de paso me brinda un ratito de tarde relajada solo comparable a la siesta ibérica.

Por eso seguiré adorando a la televisión y sus decenas de canales. Tan coloridos, tan bonitos, tan luminosos y cambiantes. Al fin y al cabo la televisión tiene sus ventajas sobre otras mascotas. No tengo que sacarlo a pasear y se calla cuando quiero. También confieso mi culpabilidad pues reconozco que una televisión con muchos canales tiene tremenda utilidad cuando hay pequeños. Y por si fuera poco, cuando estoy solo en casa, una extraña fuerza me lleva a dejar la televisión encendida como ruido de fondo.

Sin embargo, en mi interior sé que soy un dinosaurio y que estas televisiones tienen los días contados. Los jóvenes ya no se pegan a las televisiones sino a las tablets, móviles y ordenadores. Prefieren asomarse a youtube y a las redes sociales que sentarse en el sofá mirando una pantalla de programas impuestos por el dueño del mando a distancia del salón. En la red les espera todo y son dueños de lo que programan o ven. En cambio, pertenezco a una generación que creó el hábito de la televisión porque era una puerta fascinante a una realidad lejana, a unas comodidades codiciadas, a lo que sucedía en otras culturas y que además brindaba en formato película el pasaporte hacia la aventura. Fueron muchos años mirando la pantalla embelesado como para dejarlo ahora. En cambio, mis hijos pequeños siguen quedándose pegados ante la oferta de dibujos animados pero ya sienten la llamada de la jungla tecnológica.

2f85e1f3f1c04c455fd63774f8a3-is-television-a-bad-influence-on-kidsAsí que hay muchas cadenas de televisión, muchos canales y muchos como yo, poco consecuentes y débiles ante los cantos de sirena de estas televisiones tan seductoras.

Al menos he conseguido levantarme del sofá y apartar la vista de la pantalla como terapia para ir a parar a esta otra pantalla y escribir esto. Saltar de la sartén a las brasas.

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