El comer es un placer

Más comidas de Navidad, no gracias

eventoAsisto a este período de Navidades como quien se adentra en un campo de minas y en cada recodo acecha una comida navideña. No ya las asumidas y esperadas Nochebuena, Navidad, Nochevieja y Reyes, sino las comidas satélite.

El otro día un conocido me anunció que contaban conmigo para un ágape de navidad y me apresuré a decir con tono lastimoso: “¡Vaya, ese día tengo otra comida!”, a lo que me replicó “Pero si no te he dicho cuándo será…”, lo que intenté arreglar torpemente: “Ya lo sé, pero como tengo una celebración navideña comprometida todos y cada día hasta Enero…”. Bueno, esta anécdota es rigurosamente falsa, pero sirve para ilustrar la situación a que hemos llegado.

Muchas personas tienden a celebrar las fiestas navideñas en torno a un mantel (más allá de Nochebuena y Navidad), como si fuese obligatorio reunirse en esta época a modo de ritual para demostrar que estamos vivos y que nos queremos. Bien está mantenerse alerta…

1. Comenzamos por los tipos de almuerzos navideños.

CocinaHay comidas familiares, en que los lazos de sangre sientan a la misma mesa filias y fobias, o varias generaciones.

Cuando eres niño, además de ser el protagonista de la fiesta, disfrutas de una celebración repleta de sorpresas, dulces y de larguísima duración; cuando eres adulto te toca pechar con la organización del evento y convertirte en observador de Naciones Unidas, velando por la armonía y poniéndote al día de las vicisitudes de los parientes; y cuando eres mayor, te sientes como un jarrón chino, visible y que no quiere estorbar.

Lo valioso es que el lazo de parentesco mantiene los revólveres en el armario y se aviva la complicidad de sentirse unido en el hogar, mientras en el espacio exterior social reina el frío.

Esto sería muy bonito si no fuera porque hasta en los almuerzos familiares los niños se enfrascan en sus maquinitas tecnológicas y los adultos no pierden de vista el móvil sobre la mesa, o lo usan descaradamente.

Hay comidas con amigos íntimos, de los auténticos, pero como son los amigos a los que sueles ver y tratar habitualmente, poco tienes que decir o añadir en la mesa. También están esos otros amigos, menos íntimos y menos auténticos, en que asistes como quien va un concierto al que le han regalado las entradas.

Y hay comidas de trabajo, donde el auténtico trabajo es procurar eludir temas espinosos de jefes o compañeros, unido a que no asistir supone exponerse a las críticas de los que sí asistan.

Captura de pantalla 2017-12-16 a las 14.10.05No pueden faltar las comidas de promoción, o mas bien “comidas de depresión” porque los que asistimos nos miramos de arriba abajo e intentamos reconocernos bajo canas, calvas o pliegues. Eso sin olvidar que como en la cena bíblica, por desgracia, suelen excusarse aquellos a los que la vida ha maltratado para no someterse a la enojosa comparación (¿Y tú a qué te dedicas?, ¿Y tú no veraneas en Marbella?, etc).

2.Así y todo, me parece bellísimo que existan esos contextos de mantel, que nos proporcionan la coartada para comer o beber un poquito más, y nos recuerdan que alguien nos quiere, o al menos quiere nuestra compañía. Y eso es mucho. Por eso, porque nos permiten recuperar la sociabilidad, la tertulia, la libación en compañía y el sentido tribal, es por lo que defiendo estas reuniones sociogastronómicas.

3. Pero como el problema es de supervivencia, porque es difícil atravesar indemne de salud y cartera tamaña cadena de pitanzas, me veo obligado a rechazar buena parte de las invitaciones o convocatorias, pese a la humana tentación de aprovechar el encuentro para hablarles de mi último libro para que lo compren (leerlo no se lo exijo, que para eso son compadres).

4. ¡Ay! Me voy, que llego tarde a la mesa y me espera un grupo jubiloso, y siempre es bueno sentarse de los primeros porque, como en las bodas, importa mucho por quien estás flanqueado o tienes enfrente. No hay cosa peor que masticar con rostro mustio mientras alguien que no te cae bien o es un pelmazo, se siente obligado a contarte lo que le pasa por la cabeza.

gluttonY es que como decía Julio Camba, «el español en la mesa tiende a hablar de comida mientras almuerza, puesto que no suele saber mucho de otras cosas, o porque no quiere quedar en evidencia».

De ahí que siempre existen temas comodín (los agitados de actualidad por la política o la prensa), temas de cortesía (presencias y ausencias, salud y familia), y temas que realmente cohesionan, principalmente anécdotas y chanzas, pues al fin y al cabo, todos queremos relajarnos y pasarlo bien, sin convertir un almuerzo en el foro de física cuántica, de literatura hebrea o sobre las ventajas de la Thermomix.

Y es que si se habla poco o cosas de poco interés, pues en esta época se bebe mucho (como si en Navidad, colesterol y alcohol en sangre fuesen buenos), y por eso, un buen indicador del nivel de fraternidad de los almuerzos navideños es el estado etílico a los postres, a juzgar por las voces, cantos, carcajadas o desaliño y desorden final. Mal festejo aquél en que todos llegan, almuerzan y se van, sin relajo y risas.

O sea, lo importante no es beber o darse atracones. Lo realmente importante es que, decidamos con libertad si vamos o no a un almuerzo navideño, pero si vamos, no olvidemos llevar la sonrisa puesta.

Cosas de la Navidad… ¡¡Salud, amigos!!

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