Claves para ser feliz

Secta de atolondrados en la universidad

Creo que era Mark Twain quien decía aquello de  «Es mejor guardar silencio y ser considerado un tonto, que hablar y despejar las dudas de todos».

 Me viene esa cita a la mente al escuchar las declaraciones del ministro de Universidades, Joan Subirats, de hace cuatro días, que considera “normales en cualquier universidad” los escraches y protestas en el acto de reconocimiento como “alumna ilustre” a la presidenta de la Comunidad Isabel Díaz Ayuso.

Me quedo perplejo al ver las imágenes del incidente. Al margen de todo juicio político o ideología, me deja patidifuso que un ministro, además del ámbito educativo, considere normal la algarada, la tropelía, el vandalismo, y la alteración del orden de un acto universitario jurídicamente correcto.

La cuestión no es si Ayuso lo hace bien o mal, si es ejemplar o despreciable; la cuestión es cómo se manifiestan las críticas.

Veamos. Si el acto ha sido aprobado por las mayorías y procedimientos legales en la Universidad Complutense, debe ser respetado. Cualquier universidad pública española es el reino del diálogo, del sano debate, de la libertad de expresión mediante la discusión de ideas, y no un lodazal donde vale todo. Quien no lo entienda así no se ha leído los Estatutos de la Universidad, ni la Constitución, ni las fábulas de Esopo, ni ha comprendido aquello tan sabio como elemental de «no hagas a los demás lo que no quieras para tí».

  • Quien no quiera acudir al acto, que no acuda.
  • Quien quiera protestar, que lo haga promoviendo escritos, reclamaciones y recursos o que haga uso de su derecho a la protesta pacífica, estilo Ghandi.
  • Quien quiera expresarse, que utilice las redes sociales para divulgar su parecer crítico. O que promueva una manifestación pacífica.

Eso es lo normal. Pero no es lo quieren algunos. Es más divertido gritar, empujar, insultar, torpedear el acto y comportarse como hienas hambrientas. Una conducta propia de los hinchas del fútbol radicales dispuestos a la bronca y la pelea porque les despierta la adrenalina y les hace sentir mejor.

Además parece que muchos de ellos acuden con el talante de una fiesta, como si fuera divertido perturbar a los demás.Lo peor es que otros estudiantes inocentes les siguen y jalean. Y peor aún que un ministro lo considere “normal”.

Pésimo ejemplo para la ciudadanía. Ya los titulares de los periódicos son espeluznantes sobre la guerra de Ucrania, sobre la hambruna en África, sobre masacres impunes, sobre terrorismo o sobre violencia de género. Tenía que sumarse ahora un puñado de exaltados deseos de armar broncas sin ver los problemas reales, o que se aliente al resto de la juventud para que considere legítima la brutalidad.

Me apena que la juventud (aunque sea solamente un grupito descontrolado), que se supone llamada a formarse en la educación superior, tenga que expresarse de forma incívica. Me apena que la lenta evolución del ser humano y la conquista de espacios de libertad constitucionales, haya desembocado en reclamar espacio impune para intolerantes y violentos. Para un grupo de exaltados que no es consciente del lujo que es poder estudiar en una universidad pública, donde impera una atmósfera de libertad.

Por si fuera poco no faltan los “intelectuales atolondrados”, o sea, los que van de líderes y que juntan unas palabras bonitas para legitimar esa pequeña revuelta y que hacen sentir a sus seguidores poseedores del secreto de la verdad y la libertad.

Creo que el ministro y quienes lo consideran “normal”, han olvidado:

  • Que quien grita y se comporta con brutalidad pierde la razón.
  • Que quien no respeta a los demás, no puede pedir respeto.
  • Que el enojo y la discrepancia, hay que saber canalizarlo por medios naturales, lícitos y razonables.
  • Que “lo normal” no son el puñado que hace ruido, sino la mayoría silenciosa de estudiantes que no se suman a la lapidación.

Por eso, creo que es oportuno que quien se comporta así, como suele decirse dulcemente «tiene que hacérselo mirar», y digo “hacérselo mirar” porque me temo que lo de “ponerse a reflexionar” es mucho pedir.

Y si no hago este artículo, aunque me critiquen, reviento. Al menos no me voy a la trinchera ni agredo o grito a nadie en público, sino que uso la palabra como arma para alertar de que en algo nos estamos equivocando, como padres, como profesores o como ciudadanos, porque en palabras de Ortega y Gasset «No es esto, no es ésto».

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