Claves para ser feliz

Mis viejos tebeos nunca mueren

 Hoy he bajado al trastero como quien desciende al inframundo del pasado. He abierto la caja de mis viejos tebeos de infancia,  de los que guardaba un puñado con colores desvaídos, algunos arrugados y con evidente desgaste de uso.

Solo verlos y rozarlos con las yemas de los dedos me ha transportado en el tiempo y espacio hacia momentos de intenso gozo infantil. Solo ver la primera viñeta se me ha abierto la caja de la memoria hacia el desenlace.

 He recordado que  uno de los mayores placeres que tenía -cuando vestía pantalón corto y en los que empecé a llevarlo largo-, era leer, releer, memorizar y guardar celosamente el tebeo que semanalmente me compraban mis padres. Un tebeo (Din Dan, Tío Vivo, Pulgarcito, etcétera), un puñado de hojas con viñetas a todo color, por un coste equivalente hoy día a unos 70 céntimos, colmaban mis sueños. Con Bruguera visitaba a mis amigos Mortadelo, Zipi, Anacleto, familia Cebolleta. … Con Novaro saludaba Bugs Bunny, Tom y Jerry o Daniel el Travieso… Vivía con ellos aventuras…sonreía y me reía a carcajada…. Y lo más curioso, que lo volvía a leer como quien sube otra vez a un divertido carrusel.

 Por entonces soñaba con ser mayor para comprarme todos los tebeos que quisiese. No imaginaba otro paraíso.

 Sin embargo, hoy día tengo la posibilidad de comprarlos y no me mueven. Intento leerlos y no me divierten. Solo me invade melancolía por la sana alegría de la niñez.

Muchas veces he pensado que, frente a quienes denostan los tebeos en la infancia por ser literatura basura, le debo muchísimo a esos tebeos. Entre otras valiosas e inolvidables aportaciones:

  •   Me fortalecieron en la lectura.
  •   Me forjaron en combinar palabra y dibujo para construir un relato.
  •   Me enseñaron el valor del chiste, la anécdota, la hipérbole y la ocurrencia.
  •   Me permitieron percatarme de los estereotipos (niños traviesos, padres buenos, guardias urbanos formales, morosos pícaros, etcétera).
  •   Me implantaron la perspectiva de ver lo bueno de cada situación.
  •   Me sembraron moralejas útiles (quien hace algo que no debe acaba mal- persecuciones finales, cárcel, etcétera; solo se consiguen sueños si se intenta, etcétera).
  •   Me permitieron ponerme en lugar de detectives torpes (Mortadelo y Filemón), de hambrientos (Carpanta), gorditos ( Gordito Relleno), de pelmas (Don Pelmazo), de botones (Sacarino), de quisquillosos (Doña Urraca), manitas ( Pepe Gotera y Otilio), e incluso de perritos (Toby), etcétera. ¡Y me anticiparon lo que es vivir en comunidad! (13 Rúe del Percebe).
  •   Me planteaban desafíos ante los problemas en que se metían los personajes y como salían de ellos.
  •   Me demostraron que las cosas pequeñas y sencillas pueden provocar emociones, sentimientos y goce únicos.
  •   Me llenaron tiempos de soledad con compañía genial.
  •  Me educaron en administrar la escasez: releerlos y rumiarlos incesantemente, esperar impaciente el próximo número, etcétera.
  •  Me retaron a leer en condiciones insólitas: mientras comía, en el baño, bajo las sábanas, paseando… ¡Bendita adicción!
  •  Me empujaron a dominar negocios como préstamo de tebeos, cambio de ejemplares, compra de segunda mano, etcétera.
  •  Y ahora me siento obligado a rendirles tributo y homenaje como a los grandes amigos.

Admito que eran historietas, que se repetían, que era humor fácil, que nunca salían de lo tolerable en la época, que eran predecibles…Cierto, pero me divertían, me ilusionaban y me hacían sobrellevar con alegría las cargas del colegio y la escasez de otros juegos. Además no sé cuanto hay en mi personalidad de la huella de esos tebeos pero intuyo que mucha más de la que pienso.

Ya me ocupé en su día del Capitán Trueno, que me hizo bueno.

¡Qué feliz era cuando no tenía nada de lo que hoy no me hace feliz!

Paradójicamente mis hijos pequeños han tenido a su disposición tanto mis viejas colecciones de tebeos como las que ofrecen las librerías, pero ninguna inquietud despiertan esos personajes ni sus aventuras. Los tebeos no pueden competir con las pantallas. Quizá con la adolescencia salten a los comics, aunque me temo que se han perdido una bella puerta a la aventura. Y eso que siempre seguí el consejo de Albert Einstein: “Si quieres que tus hijos sean inteligentes, léelos cuentos de hadas. Si quieres que sean más inteligentes, léelos más cuentos de hadas «. 

Pero volviendo al trastero. Voy a indultarlos. Por los valiosos servicios prestados. Seguirán en esa caja como el tesoro del faraón en el sarcófago, hasta que dentro de mucho tiempo necesite volver a la infancia y activar mi memoria feliz.

 Algo me dice que, si algún día un alevoso ictus me deja paralizado o en estado comatoso, si alguien me pone frente a los ojos alguno de mis viejos tebeos, una lágrima saltará…de alegría.

2 comentarios

  1. Soy uno de tantos que se ve reflejado en la entrada. Yo también fui voraz lector de tebeos. No tenía dinero (era un niño) para comprarlos en la cantidad que yo quería pero tuve la suerte de tener un amigo cuya familia tenía una barbería (así se llamaban las peluquerías de caballeros), que por aquel entonces estaban llenas de tebeos, y que yo frecuentaba porque me permitían leer todos los que quisiera. Pasé muchísimas horas de mi infancia en el banco de espera de la barbería, simplemente leyendo tebeos. Era de lo que más me gustaba hacer. Con otra particularidad: cuando los leía me metía tanto en la historieta que el mundo desaparecía a mi alrededor; me hablaban y no me enteraba de que lo hicieran, no escuchaba nada; era como si me volviera totalmente sordo. Mis amigos hacían bromas sobre ello, más aun cuando soltaba carcajadas repentinas. Pero tampoco me enteraba de sus bromas cuando me las hacían. Me lo contaban luego, cuando dejaba la lectura.
    Además de todo lo que dices que aportaban, aumentaron terriblemente mi vocabulario y, algunos, encendían en mí una curiosidad que luego me hacía profundizar en la historia por mi cuenta. Por ejemplo, leyendo el Jabato aparecían lugares y pueblos de la antigüedad que me resultaban desconocidos, así que al acabar la historieta tiraba de la magnífica enciclopedia que mis padres nos compraron, para saber quiénes eran esos pueblos o dónde estaban esos lugares.
    Por fin, debo decir que los tebeos fueron para mí el inicio de un camino precioso que luego fue pasando por las novelas de Salgari, Los Siete Secretos, Los Cinco, etc…..
    Eso sí. Aunque soy más viejo que tú, parece que el niño que había en mí aun sigue en mi subconsciente y, alguna vez que he vuelvo a Mortadelo (por ejemplo), aunque no me produce la misma satisfacción de entonces, aun me saca la sonrisa.
    Gracias por la preciosa entrada.

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