Claves para ser feliz

Emociones y sentimientos: juntos pero no revueltos

Tengo la sensación de que las emociones llevan las riendas de nuestras vidas: la información nos inunda, la publicidad y los políticos juegan con nuestras emociones, elegimos ocio por las emociones que prometen y por cómo nos emocionan, y todos tenemos la sensibilidad a flor de piel. No tenemos empacho en decidir y actuar rápidamente. Ni en sostener algo sin haberlo meditado.

Confesaré que durante muchísimo tiempo confundía ambos fenómenos: “las emociones” y “los sentimientos”. Quizá al leerlo, usted también tenga dificultad en fijar la frontera, pero le guardaré el secreto, así que siga leyendo para no volver a ponerse colorado.

Afortunadamente creo haber aprendido a distinguirlo y me resulta muy útil por salud mental, así que me atrevo a compartirlo.

De entrada, las emociones brotan de una parte del cerebro, el sistema límbico, que se ocupa de interpretar rápidamente la situación para tomar decisiones críticas: aceptación, paralización, huida o lucha (las emociones son movimientos rápidos como en el juego de damas). En cambio, los sentimientos se cuecen en la corteza frontal del cerebro, que fija hojas de ruta y resuelven problemas (los sentimientos son posiciones buscadas como el juego del ajedrez).

La emoción es instintiva, se debe a una respuesta química del cerebro ante una situación, y no tenemos control. La emoción nace, crece y desaparece. Es temporal. Por ejemplo, no nos saluda algún conocido con el que nos cruzamos en la calle y nos brota la irritación, antes de que hayamos podido sopesar racionalmente el caso. Después de razonar, nos quedará el sentimiento estable, que puede ser de comprensión, serenidad o malestar. O por ejemplo, nos regalan un perro y nos emocionamos con sorpresa y alegría, pero luego nos queda el sentimiento de rechazo por la carga que supone.

El sentimiento es más elaborado y estable, aunque formalmente no lo sometamos a un proceso interno de deliberación. Es lo queda después de que el cerebro, de forma consciente o inconsciente (¡), sopesando datos que le envía la experiencia y la memoria, deja anclado como instrucción en nuestro disco duro. Por ejemplo, un amigo nos falla cuando le pedimos un favor, y le decimos que no pasa nada, que lo entendemos, pero puede que posteriormente nos quede como huella un sentimiento de amargura, decepción o incluso rechazo.

Para los psicólogos, las emociones básicas son las siguientes: Miedo, enfado, tristeza, alegría, sorpresa, asco, vergüenza y orgullo.

Los sentimientos son variadísimos, como por ejemplo: optimismo, amor, indignación, tristeza, culpa, justicia, entusiasmo, fastidio, lástima, etcétera.

Notemos que los hay polivalentes (como el caso de la alegría, la tristeza, la indignación, por ejemplo) que etiquetan tanto emociones como sentimientos, según su fuente; en el caso de la emoción, será espontánea y pasajera, y en el caso del sentimiento, su origen será reflexivo y el resultado estable.

Las emociones son un relámpago que reclama nuestra inmediata atención y nos empuja psicológicamente a actuar ante una situación concreta. Los sentimientos son la brújula del norte racional que debemos seguir en el día a día. No podemos elegir nuestras emociones pero sí nuestros sentimientos.

Un perro suele guiarse por emociones. Un robot no tiene emociones. El ser humano tiene la fortuna de contar con emociones, sentimientos y el puente entre ambos: reflexiones. Otra cosa es que cada uno hace uso distinto de ellas.

En definitiva, las emociones se experimentan (brotan y pasan) y los sentimientos se sienten (se siembran y quedan). La moraleja de esta distinción es importante.

  • No debemos confundir emociones con sentimientos. Quizá no podemos dominar las emociones, pero somos dueños de nuestros sentimientos.
  • Las emociones intensas nublan la capacidad de pensar con claridad y lógica.
  • Si nos dejamos llevar por las emociones y tomamos decisiones sobre lo que nos dicen, el riesgo de errores es elevado.
  • Deberíamos esforzarnos analizar brevemente las emociones a toro pasado.

En consecuencia, me permito insistir en el viejo consejo: No tomar las decisiones en caliente. Realizar un esfuerzo de contención de la lengua, respirando hondo si es preciso. Yo lo intento, aunque no siempre lo consigo, pero bastante es percatarse de lo que debemos mejorar.

Son los sentimientos –y no las emociones las que deben ir con presteza del corazón a los labios. ¿cuántas veces nos dejamos llevar para comprar algo porque somos prisioneros de la amabilidad del vendedor o del contexto grato del establecimiento?, ¿cuántas veces nos quejamos del conductor que aparca en doble fila o va muy lento o rápido, sin darle el beneficio de la duda por si hay razones para ello?, ¿y cuando criticamos a un dependiente por su trato sin saber si detrás hay malas experiencias personales, problemas de salud, instrucciones del empresario, o si ha tenido un mal día?, ¿no nos seduce emocionalmente la belleza de alguien, pese a que la realidad puede mostrar dureza de corazón o falta de razón?…

Quizá no podemos controlar a los demás pero sí debemos controlar nuestras reacciones ante ellos. Con razón decía Aristóteles:

Es fácil enojarse, pero enojarse con la persona que lo merece, en la medida adecuada, en el momento adecuado y del modo adecuado, eso no está al alcance de todos.

Los asuntos delicados deben abordarse con sosiego y no en contexto de turbulencia, ni positiva ni negativa; p.ej. si nuestro hijo nos da un regalo el día del padre, con la alegría que supone, será difícil negarle algo mientras persista el gozo; y a la inversa, si nos acabamos de dar un martillazo en el dedo y estamos irritados, mal momento para pedirnos nada.

Por supuesto, tras una decepción, la irritación no debe llevarnos a la respuesta inmediata de decir impertinencias, tomar alcohol, conducir vertiginosamente, romper objetos, o que paguen justos por pecadores… Pero si por desgracia la emoción nos descontrola así, debemos tener la gallardía de reflexionar después y fijar los sentimientos con claridad… e imparcialidad. Y digo imparcialidad, porque es humana la tendencia a confirmar como correcto lo que hemos hecho (a lo hecho, pecho) pero es divino saber conocerse a sí mismo, y rectificar si hay errores, y sobre todo, no volver a cometerlos en el futuro. Tan simple como reconocer que las emociones son un explorador que no siempre acierta por lo que debemos controlarlas, antes que nos controlen ellas. Yo lo intento, de corazón y con razón.

3 comentarios

  1. En el misterioso negociado del amor existe una difusa línea separadora entre lo que es la emoción -pasión- y lo que es el sentimiento -consolidación-. Erich Fromm distinguía el «te amo porque te necesito» del «te necesito porque te amo». Mientras en el primero predomina la comodidad, el apego, la inmadurez, la manipulación y el miedo. En el segundo manda la confianza, la profundidad, la comunicación, la estabilidad y la verdad.

    Si hablamos de amor pasional nos referimos a fulgor, chispazo, centelleo e idealización del otro que nos causa arrebato, vehemencia, obsesión y conmoción afectiva, y que, como si fuera espectro, acaba desvaneciéndose (por la realidad, el rechazo, el paso del tiempo o el hastiamiento). Si lo hacemos de amor consolidado nos referimos a luz permanente, tiempo, aceptación y conocimiento del otro que nos proporciona estabilidad en nuestro querer y tranquilidad en nuestro estado afectivo.

    Si criticable es que en el primero predominen las exageraciones, las precipitaciones, las invenciones y los excesos lisonjeros. No menos censurable resulta que en el segundo no lleguen a veces a decirse las palabras necesarias al oído del otro (tiernas, sentidas, íntimas y afectivas) para evitar sufrir sequías y apagones en la relación (que el agua se quede sin cauce y el viento se quede sin valle) o pasar del te necesito porque te amo al te amo porque te necesito.

    P.D. En cualquier caso, el amor, incluso en estado de tranquilidad, equilibrio y reposo, es la más fuerte de todas las pasiones. Porque es capaz de atacar simultáneamente a corazón, cuerpo y cabeza. Y, aunque no tiene cura, es la única cura para todos los males -L. Cohen-.

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