Claves para ser feliz

El arte de no desentonar

Vi una deliciosa entrevista de David Letterman a  Barak Obama, en que le pregunta por su actitud como padre y este contesta: “No desentonar”. Citó como ejemplo que, cuando asistía a algún evento en que los padres de las amigas de sus hijas bailaban “lanzando patadas de kárate” el optaba por un lento y discreto balanceo para “no desentonar”.

 Me gustó el consejo, porque realmente es el que la supervivencia nos impone adoptar en la vida. Una variante clara del “donde fueres haz lo que vieres”, o del “saber estar”, pero más sutil.

 Se trata de no llamar la atención innecesariamente y comprender a los demás, comportándonos con arreglo a lo que se espera de nosotros hasta el límite de nuestros principios o valores. A ello añado el límite esencial en el propio sentido del ridículo.

La actitud de “no desentonar” me recuerda la frase de Tagore, “compórtate como el bambú. que se comba sin romperse”. Es especialmente útil en los tiempos actuales en que existen infinidad de situaciones en que se espera que actúes de una determinada manera, porque si no lo haces así, el grupo posiblemente te contemple recelo, callada hostilidad y posiblemente te expulse. No es fácil «no desentonar». Hay que saber comunicarse, sonreír, conciliar discreción con participación, comprender lo que el grupo espera.

 De joven me costaba más, pero ya adulto, aprendí las enormes ventajas de no caer en la trampa de intentar agradar tanto a todos, de manera que sacrificaba mi propio interés. Recuerdo la tendencia centrípeta de ciertos grupos de conocidos o amigos, con los que en distintos períodos acudí inocentemente a ciertos rituales.  Posiblemente, de haber sido yo un joven tanzano a principios de siglo, sería invitado a cacerías de antílopes, y si fuese brasileño quizá a surfear sobre trenes de alta velocidad o grafitear, pero como era un españolito con la democracia despegando, pues ya talludito, se me invitó de forma sucesiva a estas actividades por distintos grupos: a jugar al golf, cazar, esquiar y conciertos de música clásica; manifesté mi complacencia y acudí gustoso, pues siempre he querido experimentar para poder juzgar con criterio, pero el clima del grupo era tan “opresivamente cordial”, que se sentían obligados a integrarme, y yo por educación a estar integrado. Sin embargo, el golf me aburría; cazar me resultaba un lance estúpido; esquiar peligroso; y la música clásica no la comprendía por no haber educado oído ni mente. Respetaba todas esas actividades y a quienes las practicaban, pero debían respetarme a mí. Fue difícil que entendieran lo de “conmigo no contéis”. Realmente no necesitaban mis explicaciones, porque a la tercera sesión yo era él partícipe circunspecto que miraba frecuentemente el reloj. Y aunque tuve que pasar por raro, aburrido o asocial, me sentí liberado de la rutina en que estaba cayendo.

También soy una nota desafinada cuando se trata de acudir a sitios de afluencia masiva o donde hay colas enormes. Tengo poco de Ñu del Serengueti. No sé si padezco alguna patología o manía al respecto, pero huyo de multitudes y colas. Al final, como el poeta Lope de Vega, coincido en su bello poema: “A mis soledades voy, de mi soledades vengo, porque para andar conmigo me bastan mis pensamientos. No sé que tiene la escondida aldea donde vivo y donde muero que con venir de mí mismo, no puedo venir más lejos”.

 Çon eso confieso que soy un tipo diferente, pero he logrado ser dueño de mi propio tiempo (no del todo, pues subsiste el peaje de infinidad de compromisos familiares, sociales o profesionales ), pero sé que mientras estoy donde no quiero estar, no estoy donde quiero estar. Así que admito que me he vuelvo un poquito huraño o cascarrabias, y aunque esté en desacuerdo con los demás no les odio por ello, así que bien estaría que ellos fuesen igual.

En fin, si como lectores han llegado hasta aquí, les deseo unas felices fiestas navideñas, que les inunde el espíritu de la Navidad y que. en la medida de lo posible, sean dueños de su tiempo para descansar, reflexionar, regalarlo a sus seres queridos, dedicarlo a lo que quieran sin dar explicaciones, o sencillamente a sentirse una pieza única en este planeta enloquecido.

5 comentarios

  1. ¿No sería más acertado preguntar dónde vamos a seguir, en vez de dónde vamos a parar?, se preguntaba Mafalda. Y, añadía, mejor vayan a echar un vistazo, y si hay libertad, justicia y esas cosas me despiertan sea el número de mundo que sea.

    Ambas ideas se complementan. Es verdad que hay que mirar siempre hacia adelante y saber adaptarse a los nuevos tiempos. Pero, a veces, cuesta juntar ánimos para bajar al mundo. Y lo esencial y auténtico de nosotros no debe cambiar ni ser negociable -menos para complacer a otros-. Al fin y al cabo, eso que llaman presente y progreso suele tener mucho que ver con vueltas atrás. Y en este mundo hay mucha más gente interesada que interesante.

    Me encanta la discreción. Ser más observador que observado. No llamar la atención. Y pasar la vida casi de incógnito para una mayoría. Sin embargo, es esa reserva, mesura y prudencia la que en ciertas situaciones me hace desentonar (como si fuera uno de los humanos aún no suplantados por extraterrestres del clásico film de Don Siegel -1956-, que, una vez descubierto, es señalado). La verdad es que, a estas alturas, me da igual, pues, parafraseando a la sabia niña, no es que ande despeinado es que mis cabellos tienen libertad de expresión.

    Para lo bueno y para lo malo, ¡nunca falta alguien que sobra!

    P.D. Feliz navidad, salud y ventura en el 2023 para todos los vivocoleantes.

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  2. No hacer lo mismo que los demás por no desentonar no es lo mismo que no hacer lo mismo si no lo compartes por gusto. En la primera puedes ser hipocresía y en la segunda autenticidad, ¿ o no?

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  3. Comparto su reflexión y, en parte, me siento identificado. Que seamos valientes para no desentonar respetándonos a nosotros mismos.
    Feliz Navidad y muchas gracias por compartir sus reflexiones; es el mejor regalo.

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